Siempre quise vivir en un país grande
uno de esos donde los tipos como yo
agarran su carro y conducen por horas,
hasta llegar a algún lugar
donde la reinvención parezca posible,
donde la pobreza luzca más acogedora.
No tuve esa suerte.
Debo conducir por caminos que se acaban
antes de encontrarle una tregua a mi angustia
o al temor de haber nacido
sin ningún talento que me rescate de mi destino.
De todas formas,
la gente y las cosas tienen el mismo ruido de lluvia
el mismo aspecto de acuarelas escurridas.
Sólo que acá hemos vivido
las distintas permutaciones de la frustración.
Tenemos pocas opciones.
Y eso es la lucha.
Que un día podamos apostarlo todo
sin los bolsillos vacíos.
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