domingo, 29 de junio de 2008

Mis Citas


“They are sharing a drink they call loneliness but it’s better than drinking alone”
Billy Joel

Puedo parecerte divertido pero no soy feliz;
mi entusiasmo,
es una de las muchas máscaras de mi tristeza.
Pero no puedo reemplazar el ingenio con entusiasmo.
Fue mejor
Que nos decidiéramos, por fin, a entrar al cine.

Pero no puedo compartir tu emoción
por el cine de fórmula.
La soledad
es mi único tesoro compartible
y no puede exhibirse en cines ni restaurantes.
En cuanto termina la película
me pedís que te lleve a tu casa
supongo
que tu precoz deseo de olvidarme
te apremia a suprimir
la adición de recuerdos a tu memoria.

Te acompaño a la puerta y nos besamos
Pero es un deseo mas bien independiente
de su objeto de satisfacción:
Habías visto en mí un escape del convencionalismo
y yo en vos
un refugio de normalidad.

Ya en mi casa
desvelándome en silencio
libero algo de ansiedad
hurgando mi teléfono.
Y encuentro tu llamada perdida.
En eso quedó lo nuestro:
En un conato de diálogo
en espera de réplica.

La foto es protagonizada por Monroe & Miller y fue dirigida por Inge Morath.
El texto es mi primera incursión poética, espero que no sea tan merecedora de olvido
Ya saben que se agradecen comentarios.

sábado, 7 de junio de 2008

El Eclipse


Entre Indiana Jones y Apocalypto uno se siente ofendido entre tanta imprecisión así que se desea publicar algo a favor de las culturas precolombinas y este cuento de Tito Monterroso me pareció bastante adecuado:


Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.


Augusto Monterroso.