jueves, 25 de febrero de 2010





Supe que mentía cuando vi que sus manos estaban limpias. Me abordó de forma inadvertida en la gasolinera de la salida Sur de Quetzaltenango. Me dijo que lo habían asaltado, que era lustrador, que le habían robado hasta su caja de lustre, que debía presentarse a su casa con 50 quetzales o su padre lo golpearía. Lo más probable es que me mintiera pero esas manos sin betún me parecieron menos importantes que la angustia casi palpable que se le dibujaba en el rostro. Lo analice rápidamente: indudablemente pobre; tenía el rostro de un niño de 7 años pero el tamaño de uno de 5: desnutrición; moreno, tenía un acento como de letanía y aunque de correcta dicción tenía dificultad con el uso de los pronombres: indígena; tenía también un abdomen distendido y ruidoso: parasitismo. En fin, pensé, todas esas cosas que supuestamente están en la agenda del gobierno pero que nunca llegan a ponerle rostro. Le pregunté que cuánto le hacía falta y me respondió que Q.20. Se los di y le ofrecí llevarlo a casa. Me dijo que vivía del otro lado, no sabía el nombre del barrio ni la calle, que era el camino que lleva al volcán Santa María. –No es un buen lugar para ir de noche –pensé. Igual arranqué y al pasar por un restaurante iba a preguntarle si había comido algo, reparé al instante en lo estúpido de la pregunta. Sin preguntarle decidí comprar una cajita feliz. Con tanto niño maltratado en el hospital me di cuenta de que la actitud que muestran los niños ante la vida puede valorarse con la reacción ante un juguete. Es difícil explicar la alegría que se ve en los ojos de un triste. Es algo así como un brillo afelpado. No olvidaré que me preguntó si el juguete también se comía. Con esfuerzo logré reprimir el deseo de imaginar sus navidades. La casa no estaba tan lejos como imaginé, estaba a la orilla de un cerro, supuse que sería un terreno invadido. La construcción era de madera y de lámina. Había un pantalón con restos de concreto y una paleta de albañil que delataban el oficio del padre. Imaginé la contundencia de sus golpes. A manera de despedida le pregunté que qué haría mañana. –Lo mismo de siempre –dijo alzando los hombres y caminando a su casa con aire retraído. Y yo, que de forma ridícula había creído que aquel niño renovaría su fe en la humanidad, que analizaría su vida, que regresaría o iría por primera vez a la escuela, en fin, que de alguna manera dejaría una huella permanente en su vida, hube de reconocer que habría respondido de idéntica manera.

(Fotografía: Eny Hernández)
Cada día aparezco con más amigos en el facebook. Parece que mi corazón también sufre de exceso demográfico.

martes, 23 de febrero de 2010

5 pm






La hora del café,
la gente está por todas partes,
los excesivos cafés de la ciudad están llenos.
Hay demasiado entretenimiento y muy poca alegría.
Indiferencia.
Aunque hay veces en que la frivolidad
puede ser una sustituta aceptable del silencio.

viernes, 19 de febrero de 2010

Los perros en la carretera







Manejando de regreso a mi casa
perdí la cuenta de los perros en el asfalto.
Quedarán ahí, amorfos,
como la mancha que fueron al mundo
(¿en qué rincón del olvido se empolvan los anónimos?).
Llego a mi casa y estaciono el auto,
las llantas con sangre y la conciencia tranquila.
Cerradura, refrigerador, horno.
Hoy siento que la tecnología es no solo una comida segura,
es también una rapidez que atropella.
La modernidad como un feudo con electrodomésticos.
Spike llega moviendo la cola atraído por la comida.
Spike es mi mascota, guardián y compañía.
Siempre la utilidad como subordinación.
Spike no morirá en la carretera.
Spike tiene casa, collar, un patio, colchón y sus platos.
El morirá de viejo como su padre.
Tendrá osteoporosis y le serviré calcio en polvo.
Cuando muera lo enterraré.
Del lugar donde lo entierre saldrá flores amarillas.
Y tal vez ponga una cruz con su nombre.
Solo los perros con dueño con nombre.
Siempre los perros en el asfalto como manchas sin nombre.
Siempre los hombres sin nombre como dueños de nada.

jueves, 11 de febrero de 2010

Nostalgia a Q.9.99


Puedo rezar sin creer en Dios.



La melancolía debe saber ceder su puesto a la nostalgia.
Una abuela:
el mundo es una montaña de mierda y puedes llegar muy alto
pero no llegaras con las manos limpias.
El mundo era más lento,
la necesidad no era mucho más grande que lo inmediato,
Aunque ejercitados en la crueldad aún eramos ingenuos en la codicia
las cosas tenían su uso pero no eran tan intransigentes.
Pero un día nos secuestraron la ilusión y la compramos,
pasamos de la ignorancia a la evasión,
de cuartel a supermercado.
La nostalgia inventa el pasado.
El pesimismo es otra forma de cursilería.

martes, 2 de febrero de 2010

Mal trip


(Frank Auerbach)



(...)y llega esa breve hora
en que la soledad se marcha
sin llevarse sus maletas.

Javier Payeras.

Mal Trip
Se oye el escape del último que se va,
de los que nunca amanecen
espíritus sin regiones oscuras
que nunca sentirán esa fascinación
de verse por horas en el espejo percudido de un hotel barato,
con el soundtrack de una radio desatendida en algún rincón
(incluso la mejor música no es más
que un líquido viscoso en la garganta,
una forma de violencia contra el viento)
con los envases de licor en otro
y las miradas perdidas de todos en todas partes
y adonde quiera que veo me encuentro al olvido... mejor:
las sobras de tu recuerdo:
un bulto negro con tu silueta.

Pensando en tu silueta me acuesto.
¿En qué he de pensar?
La luz de la mañana tiene no sé qué de conciliatorio para con la sordidez del mundo.
Las sábanas tienen el grosor de la dignidad y la resaca acentúa el frío.
La poesía es una desintoxicación de esta impenitente vida de mierda.

lunes, 1 de febrero de 2010

Dos escenas

Escena Uno:

La adolescente sale feliz de la regadera. Dibuja una carita feliz en el espejo del baño. La madre, desde otra habitación, le grita -ni creás que vas a salir. En el espejo el vapor se condensa y un par de lágrimas surgen sobre el espejo.


Escena Dos:

A la hora de la nostalgia evocarán esta escena: En una camioneta Toyota Corolla del 88 (taxi de pueblo como les gustaba decirle) los dos sobre la sinuosa carretera hacia Cobán. En el entusiasmo del viaje se han metido con todo y ropa al río y el novio seca sus kickers aireándolos amarrados a la antena del auto. Se oye melodía final y a las cigarras.