Esta ciudad es
la metáfora incongruente de nuestros deseos,
una constante renovación de la mediocridad
para revitalizar el desencanto.
Hay demasiados vehículos y pocos lugares
a dónde escapar
de las calles baratas
que ciertas noches
encuadran los delirios de la nostalgia
y a un tiempo a esa despistada innovación
a la que algunos ilusos llamamos progreso.
El tiempo avanza.
Y todas las noches lo mismo.
Calles que cauterizan
la condena del domicilio,
perros disputándose desechos
cerca de las fogatas de los indigentes.
Calles que son cuna de gente temerosa y hostil,
siempre arrullados por la violencia,
devenidos en exegetas de la crueldad,
que en casas grises de techos oxidados,
gente, mis hermanos, en fin...
gente que cada noche circunda la órbita de su fracaso.
(en la banca de un parque hay un viejo,
desafiante o imprudente, no lo sé,
se lamenta como lo haría un amputado:
poniendo su dolor en algo que ya no existe.)
Pequeña república de barbarie taciturna
nuestro desafortunado porte y pasaporte
hace que te necesitemos con desprecio.
la metáfora incongruente de nuestros deseos,
una constante renovación de la mediocridad
para revitalizar el desencanto.
Hay demasiados vehículos y pocos lugares
a dónde escapar
de las calles baratas
que ciertas noches
encuadran los delirios de la nostalgia
y a un tiempo a esa despistada innovación
a la que algunos ilusos llamamos progreso.
El tiempo avanza.
Y todas las noches lo mismo.
Calles que cauterizan
la condena del domicilio,
perros disputándose desechos
cerca de las fogatas de los indigentes.
Calles que son cuna de gente temerosa y hostil,
siempre arrullados por la violencia,
devenidos en exegetas de la crueldad,
que en casas grises de techos oxidados,
gente, mis hermanos, en fin...
gente que cada noche circunda la órbita de su fracaso.
(en la banca de un parque hay un viejo,
desafiante o imprudente, no lo sé,
se lamenta como lo haría un amputado:
poniendo su dolor en algo que ya no existe.)
Pequeña república de barbarie taciturna
nuestro desafortunado porte y pasaporte
hace que te necesitemos con desprecio.
(Fotografía: Eny Hernández)
2 comentarios:
Así es. Siempre pienso en que no pertenezco acá, en que NECESITO largarme. Pero esta ciudad también es un pantano, y los pies pesan, con lodo denso en los zapatos.
La foto me recuerda a mis caminatas nocturnas por el centro histórico que terminaban en largas conversaciones de mentes inconformes en las 100 puertas. Que ganas de pintarse otra ciudad. Toca ser el cambio!
Publicar un comentario