martes, 28 de noviembre de 2006


Vivimos en la oscuridad, se hace lo que se puede, el resto es la demencia del arte. Henry James.

viernes, 17 de noviembre de 2006




... Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte.
Francisco de Quevedo
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El horario nocturno siempre es molesto, y cuando se trabaja en un funeraria, tanto peor. Faltaba poco para la una cuando entró la llamada, había cuerpo avisó el dueño, ya estaba en la morgue, que no hay prisa, tenía seguro con nosotros, nos llamó la esposa. Era inusual, los alcohólicos pobres suelen quedarse sin familia.

Luis terminó su Coca Cola y encendió un cigarro, dijo que no quería manejar, que estaba cansado y podrían chocar. Josué sirvió de conductor, iban hastiados de tanto desvelo y tanto duelo. Giraudoux escribió que llevaba en él mil duelos que no eran suyos. Estos dos no los llevaban en sí, los llevaban tras ellos como una estela de repulsión y antipatía; hay en la gente que vive de la muerte algo como una suerte de aura tétrica y una expresión de burla ante toda tragedia que no deja de despertar recelo. Sentado en el carro una oleada urente retorcía a Luis, algo que podría ser una úlcera de desvelos, desnutrición y Coca Colas, o, a lo mejor, una risa sardónica reprimida por pudor, después de todo Luis no estaba muy bien de la azotea últimamente; fuera el origen que fuera atizó la sensación con un trago más, quedó satisfecho: se había despabilado.

Llegaron a la morgue y ahí estaba el occiso, la necropsia ya había sido realizada. Fue asfixia, sí por su propio vómito. No, no iba a aparecer en el periódico, no era lo suficientemente escandaloso y mucho menos lo suficientemente importante como para conmover a un periodista a esa hora; era tan sólo un bolito más de esos cuyo recuerdo se evapora tan rápido como el alcohol que los entierra.

Josué y Luis se enteraron de que la esposa ya no era tal. ¿Sería motivo del vicio? No, lo había abandonado precisamente por este. Iba con su actual pareja, ambos lo veían más con aversión que con lástima. No, no iban a pagar nada, lo haría el hijo, no había ido porque le daba vergüenza.

Comenzó el papeleo, Luis dijo que se sentía mal y fue a fumar afuera, al pórtico del cementerio. Conocía a aquel señor, habían ido a beber juntos un par de veces, incluso le había robado alguna botella de agua ardiente. Se hacía tarde, no sabía cuánto pues le habían asaltado y le robaron su reloj, a lo mejor con el próximo cuerpo podría conseguir uno. La muerte de aquel señor le recordó algunos paralelismo de las vidas de ambos, le había hecho vislumbrar un destino muy probable; la brisa arreció un poco desprendiendo algunas hojas y alguna incomodidad que no llegaba a inquietud; la incomodidad se dejo arrastrar por el soplo y se volvió un desatendido recuerdo, algo que había perdido su filo aunque no su solidez, al igual que los desgastados escalones del cementerio a los que tendría que regresar un poco más tarde.


Las cosas que sueña uno si lee demasiado a Hesse y a Chejov:

Pues nosotros somos de ayer, y nada sabemos, siendo nuestros días sobre la Tierra como sombra.
¿No Te enseñarán ellos, te hablarán y de su corazón sacarán palabras?
¿Crece el junco sin lodo? ¿Crece el prado sin agua?
Aún en su verdor, y sin haber sido cortado, con todo, se seca primero que toda hierba.
Tales son los caminos de los que olvidan a Dios; y la esperanza del impío perecerá.
Job 8, 9-13

El edificio era de un sólo nivel pero inusitadamente alto y exasperantemente gris, demasiado, incluso, para una oficina burocrática. La atmósfera era cálida y húmeda, los ventiladores blancos, suspendidos sobre largos y trémulos cables, funcionaban al máximo de su escasa potencia. La cola era larguísima, sin embargo no por el frente, la cola detrás de él era la inmensa, así el pobre tipo se sorprendió tanto de la rapidez con la que llegó a la ventanilla que titubeó para dirigirse al oficinista. Pero como los oficinistas no se andan con largas con nadie que no pueda ofrecerles un ascenso, este tomó la iniciativa con ese aire de autosuficiencia de quienes no obtienen beneficios inmediatos con la eficacia de su trabajo:

– ¿Ajá? –fue su escueta indagación. Esa interjección interrogativa fue suficiente para disipar la irresolución del tipo. Recordó la gravedad del asunto y sin más miramientos expuso su motivo de su llegada: –Quiero saber por qué me han anulado el karma –manifestó mientras prestaba atención al hombre del otro lado de la ventanilla y le extendía todos los documentos en los que constataba ser un Homo sapiens, en pleno uso de sus facultades e incluso con más pecados y virtudes que sus prójimos.

El hombre fue al interior del edificio donde se encontraban numerosos y altos archivos, que contenían una rebosante marejada de papel; sin embargo no vaciló en su búsqueda y extrajo un legajo tan pronto, que el querellante comenzó a conjeturar sobre si el empleado había ido a realizar otra tarea, ignorándolo completamente, o incluso si ya lo hubiese estado esperando.

El Fulano no apostaba mucho por la segunda opción, así que se sorprendió cuando este se dirigió a él, además porque repentinamente el hombre había cambiado su disposición de ánimo hacia un tono vital muy enérgico.

– ¿Todavía se atreve a venir a preguntar porqué hemos anulado su karma? ¡Usted ha renunciado a todos los dioses! ¿Necesita más motivos que ese? – ¿Renunciado? ¡No, nunca! Ellos jamás me tuvieron ni yo les conocí a ellos.

–Ah, ahora entiendo, –replicó el oficinista quien sonreía como sonríen los que descifran un misterio. – ¡Me imagino que es uno de esos existencialistas! Ja ja, claro, claro, aunque van extinguiéndose, al menos los que tienen rigor. – ¿Existencialista? ¿Cómo así? –De esos ateos que estudian religión. –Ah, bueno, sí, más o menos. Pero entonces, ¿qué puedo hacer? –Pues es joven, es impresionable, búsquese una iglesia que lo convenza, hay mucha oferta en el mercado actualmente. Por otra parte noto en su ceño y en su historia cierta inclinación literaria, así que si se le ocurriera escribir una nueva, por favor, aléjese de los desiertos.

Acto seguido le despidió con un grosero ademán y el siguiente de la cola emergió de su sopor y la fila siguió avanzando; cabizbajo nuestro intrascendente personaje obtuvo la única certeza de que su incertidumbre no sería resuelta; al salir a la calle inhaló profundamente mas no tuvo inspiración alguna.




Un eterno purgatorio, pues más que una Gloria; una ascensión eterna, Si desaparece todo dolor por puro y espiritualizado que lo supongamos, toda ansia, ¿qué hace vivir a los bienaventurados?

Miguel de Unamuno.